El matrimonio y la presencia de Dios

Leo en InfoCatólica: «De los 1.116 enlaces celebrados el año pasado en la provincia de Álava, sólo 215 fueron canónicos, lo que significa que apenas uno de cada cinco matrimonios son ya por la Iglesia».

Es una noticia muy preocupante y que indica el profundo grado de descristianización que padecemos en España, sin que esta vez podamos echar toda la culpa a ese cáncer del nacionalismo que indudablemente influye en la descristianización, pero que n o deja de ser una causa entre tantas otras.

Por ello a la hora de preguntarnos por qué se ha llegado a esta situación creo que las primeras preguntas que tenemos que hacernos son: ¿saben nuestros jóvenes qué es un matrimonio cristiano?, ¿qué clase de preparación les hemos dado?

Pienso que el problema arranca de muy atrás. Hay muchos padres, catequistas y sacerdotes que no se atreven a encararse con estas cuestiones por miedo a equivocarse, cuando la parábola de los talentos nos enseña que el que no hace nada para no equivocarse es el que está ya radicalmente equivocado. Si hay algo necesario en el mundo es el amor, pero el amor procede de Dios, que es su inventor y creador. Es el mismo Dios el autor del matrimonio. Habiéndonos creado hombre y mujer, el amor mutuo se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Por ello el amor es bueno, muy bueno.

Pero actualmente en nuestra Sociedad no podemos hacernos ilusiones, porque la ideología de género y las leyes antimatrimoniales están al servicio del Demonio. El alejamiento de Dios, el trivializar la sexualidad o separarla de la responsabilidad y del amor, conduce al desastre, del que son víctimas los afectados y sus hijos, ya que aumentan enormemente las posibilidades de ruptura familiar y es que no hay que olvidar que en nosotros hay una inclinación al pecado. La sexualidad que quieren imponernos es diabólica, aunque precisamente por ello, hay que negar la existencia de éste y llamar fachas a los que nos negamos a ser políticamente correctos, pero hay que estar locos o ser unos malvados para sostener que la única persona con la que uno no puede acostarse es precisamente su cónyuge.

Pero hay también una tendencia al bien y nuestro corazón está sediento de belleza, de poesía, de verdad y de amor. Por ello debemos aprender a amar, porque el amor hay que construirlo y reavivarlo constantemente y para ello es muy conveniente una auténtica vida cristiana, apoyada en la oración y en los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. La preparación al matrimonio debe realizarse ya en la infancia y juventud, y en los cursillos de educación sexual tengamos en cuenta la problemática propia del noviazgo para que los jóvenes aborden este período con ideas cristianas claras y valores positivos. Cualquier joven debe comprender que las dos palabras clave que deben marcar su vida son Cristo y Amor. Y ya dentro del matrimonio pedir a Dios el don de la fidelidad y el fomento del amor mutuo por el diálogo sincero, el perdón, el respeto, la ternura y los pequeños detalles de cada día.

Para terminar una pregunta: ¿está todo perdido o hay solución? Ciertamente la situación es preocupante, pero creo que la solución es sencillamente la recristianización. Es indudable que junto a una juventud y unos adultos sin valores que han vuelto la espalda a Cristo, y se están jugando que como la religiosidad es una dimensión humana, ante su vacío espiritual sus nietos, o tal vez sus hijos, busquen la solución en el Islam y sus biznietas tengan que llevar burka, hay también una juventud en muchos casos admirable y profundamente cristiana, que es capaz de fiarse de Dios, así como padres dispuestos a tomarse en serio la educación de sus hijos, y a quienes no les duele sacrificarse por ellos. Debemos apoyarles con nuestro testimonio y oración, para que esos brotes verdes que indudablemente hay, crezcan y se expansionen.

Pedro Trevijano, sacerdote

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