Una pequeña dosis de especulación

Pedro Abelló

No soy dado a fantasías, pero hay ciertas –digamos – coincidencias que siempre han llamado poderosamente mi atención, y como no creo en las casualidades, aun a riesgo de ser tomado por excéntrico, propongo a vuestra atención una pequeña muestra, y que cada uno le dé el valor que considere debe darle.

Quien tenga una cierta sensibilidad y sea capaz de relacionar las noticias que vemos y leemos cada día (grandes procesos migratorios, asentamiento del islamismo en Europa, auge del islamismo radical, profunda degeneración del pensamiento y pérdida de los valores morales – relativismo, ideología de género, laicismo radical… –, persecución del cristianismo, reaparición de las tensiones territoriales en Europa, nueva confrontación entre bloques, auge de los extremismos, corrupción política, crisis del sistema parlamentario, inepcia generalizada de los líderes, crisis económica crónica…), podrá pensar que tal vez estemos asistiendo a un proceso de aceleración de la historia que parece conducir a algún tipo de explosión dramática que puede dejar pequeñas las que se dieron en la primera mitad del siglo XX.

Los ya más de 70 años de paz en Europa occidental que nos separan del final de la Segunda Guerra Mundial –aunque haya sido una paz cargada de tensiones y de algunas guerras localizadas en zonas periféricas –, están ya muy próximos al número 72, número que parece tener cierta significación y regir determinados procesos.

El 72 no es un número arbitrario; existe un cierto número de “coincidencias” relacionadas con él que luego comentaré. Pero, ¿hay alguna base “científica” (mejor diríamos: racional) que proporcione un motivo para considerar significativa esa cifra?

Hay un hecho. La Tierra tarda 72 años en hacer que el punto vernal recorra un grado de arco. Es lo que se denomina “movimiento precesional”. ¿En qué consiste y cuál es su causa?

Precesión de los equinoccios: se llama punto vernal al punto por el que sale el sol en el equinoccio de primavera y la posición que ocupa ese punto con relación al “escenario” del cielo cuando lo observamos desde la Tierra. Si prolongamos ese punto con una recta imaginaria, proyectada sobre el “cinturón” de las constelaciones, obtenemos la posición del punto vernal cada año. Debido a ciertas contingencias astronómicas, relacionadas con la inclinación del eje terrestre en relación con la eclíptica, el equinoccio de primavera se produce realmente 20 minutos y 25 segundos antes de que el sol ocupe su posición de partida, de modo que, en el instante del equinoccio, el sol no ocupará exactamente la misma posición que ocupaba en el equinoccio anterior con relación a las constelaciones, sino que se habrá producido un desplazamiento de 50 segundos de arco cada año. Esta pequeña retrogradación implica que el sol habrá retrocedido un grado de arco cada 72 años en su punto vernal, de modo que, tras recorrer los 360 grados, habrá vuelto exactamente a su punto de partida al cabo de 25.920 años (72 años por grado, multiplicados por 360 grados). En ese tiempo, el punto vernal habrá “dado la vuelta completa” al cinturón zodiacal, es decir, habrá recorrido todas las constelaciones y vuelto al inicio. Ese periodo recibe el nombre de Gran Año o Año Precesional.

Cada una de las 12 constelaciones en que dividimos el “cielo” ocupa 30 grados de arco (360 grados divididos por 12), de modo que el punto vernal tarda 2.160 años en recorrer cada una de ellas (72 años por grado, multiplicado por 30 grados). Cada 2.160 años entramos, pues, en una nueva “era zodiacal”, que consiste simplemente en el largo recorrido del punto vernal por la doceava parte correspondiente del “cinturón” celeste. Según parece, estamos ahora abandonando Piscis para entrar en Acuario.

Esta pequeña digresión tiene únicamente la finalidad de señalar que existe una base racional y sencilla para lo que la Astrología nos presenta envuelto en magia y misterio. Ahora bien, nuestro rechazo a esa “magia y misterio” de mercadillo que nos ofrece la Astrología moderna, no debe llevarnos a cerrar nuestra mente a la posibilidad de que la “mecánica”, los ritmos y los tiempos celestes, influyan de algún modo en los ritmos y tiempos de la historia terrestre, en el bien entendido de que “influencia” no supone determinismo, puesto que la libertad del hombre debe ser capaz de sobreponerse a esa influencia, como a cualquier otra de las muchas que constantemente la condicionan, sin lo cual no sería tal libertad.

Si asumimos una Inteligencia creadora y rectora, podemos también asumir un orden en el universo, y el orden suele implicar ritmo, “tempo”, proporción, sucesión, correlación, interdependencia. Ello sólo podría extrañarnos si aceptásemos el puro azar como “causa” universal, lo que resulta incompatible con una visión trascendente de la existencia.

Pues bien; existe un cierto número de hechos relacionados con el número 72, suficientes, tal vez, para considerar la posibilidad de que se trate de una cifra significativa. Veamos algunos.

Desplazamiento del Sol

El Sol se desplaza a una velocidad de 72 x 10 a la octava potencia kilómetros por hora hacia la constelación de la Lira, aunque es cierto que el sistema métrico es un invento reciente y en cierto modo arbitrario.

Desplazamiento de la Tierra

En su movimiento solidario con el Sol, la Tierra se precipita hacia el Ápex celeste a una velocidad de 72 x 10 a la tercera potencia kilómetros por hora. Misma observación que en el punto anterior.

Desplazamiento de la luz

La luz se desplaza a una velocidad de 3 x 10 a la quinta potencia kilómetros por hora. A esa velocidad, en un día de la Tierra la luz recorre exactamente 25.920 millones de kilómetros, cifra coincidente con el número de años del ciclo precesional. Misma observación, pero no deja de ser “casual”.

Desplazamiento de la Tierra

La Tierra se desplaza sobre su órbita a una velocidad de 30 kilómetros por segundo. A esa velocidad, la Tierra cubre 25.920 x 10 a la segunda potencia kilómetros en el tiempo en que tarda en realizar un giro sobre sí misma (24 horas o un día). Lo mismo.

Diámetro aparente del Sol y de la Luna

El Sol y la Luna aparecen a nuestra vista con un disco sensiblemente igual, y aunque varía con las estaciones, su valor oscila alrededor de los 30 minutos de arco. De ello se deduce que la longitud aparente de la eclíptica o círculo celeste es de 72 x 10 veces el diámetro aparente de ambas luminarias.

Proporción de mares y continentes sobre la Tierra

Los océanos cubren el 72 por ciento de la superficie del planeta.

Vida media del hombre

La vida media del hombre, en una visión amplia de su historia, está en torno a los 72 años, es decir, un día del Año Precesional.

Ritmo cardiaco

En un hombre de constitución normal y buena salud, el pulso bate a un ritmo de 72 pulsaciones por minuto.

La Luna y Saturno

La Luna realiza su revolución sinódica alrededor de la Tierra en 29 días; Saturno necesita 29 años para cumplir la suya alrededor del Sol. Si multiplicamos por 72 el número de días del año lunar (354), obtenemos el número de días “saturnianos” del año saturniano: 25.488.

El 72 y sus derivados aparecen también en la Biblia como número significativo:

Cuando Dios dio instrucciones a Moisés y a Aarón para que fueran al Monte Santo y llevaran con ellos a 70 de los ancianos de Israel, lo cierto es que tuvieron 72 acompañantes. Además de los 70 ancianos, Dios les ordenó que llevaran también a dos de los hijos de Aarón, para llegar a un total de 72.

La consagración del Segundo Templo, que señala la reconciliación de Dios con su pueblo y el fin de la deportación, tiene lugar en el 515 a.C., es decir, 72 años después del saqueo de Jerusalén por los ejércitos de Nabucodonosor y el inicio de la deportación.

Fueron 72 los apóstoles que envió Jesús para que le precedieran en cada ciudad y lugar donde él planeaba predicar.

Otro hecho, consignado en el Antiguo Testamento, que puede resultar significativo con respecto a nuestro tema, depende de cómo valoremos la relación que parece existir entre los números 72 y 70 según el relato de ese viaje de Moisés y Aarón con 70 acompañantes, que finalmente resultan ser 72. Podría decirse que la naturaleza huye de los números terminados en cero. Nos sentiríamos muy cómodos, por ejemplo, con un año de 360 días compuesto por 12 meses de 30 días. De hecho, ajustamos nuestra medición del tiempo a esos números exactos que nos facilitan la vida, pero, de este modo, nos apartamos de la realidad, con la consecuencia de que, periódicamente, debemos ajustarnos a ella. La naturaleza no quiere ponernos las cosas fáciles, y nos impone un año de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 48 segundos, lo cual nos resulta francamente incómodo, pero parece responder a lo que podríamos llamar “margen de libertad” de la naturaleza.

Pues bien, si ese punto vernal tardase 70 años en vez de 72 para recorrer un grado de arco, prescindicendo de lo que hemos llamado “margen de libertad” de la naturaleza y ajustándonos a tiempos “redondos”, y calculásemos entonces la duración del Año Precesional según esa unidad “humana” de 70 años por grado, obtendríamos un total de 25.200 años en vez de los 25.920 que resultan del cálculo “natural”. Si consideramos este Año Precesional calculado sin considerar ese “margen de libertad” de la naturaleza, que sería el equivalente a lo que hacemos cuando decimos que el año comercial tiene 360 días para comodidad de los asuntos de nuestra vida corriente, podemos encontrar en la Biblia otro hecho significativo:

La profecía de Daniel nos habla de un “Tiempo de los Gentiles”, a partir del primer exilio de Israel (604 antes de Cristo) y hasta el retorno definitivo de los judíos a Jerusalén, tiempo que debe tener una duración de “una semana de años”, lo cual se interpreta como un número de años equivalente a siete veces los días de un año, es decir, 7 x 360 = 2.520 años, tomando también ese cómputo “humano” (360) de los días que hay en el año, lo cual nos lleva al año 1917 (2520 – 604 + 1), año en que se produce la declaración Balfour, por la que el Reino Unido, administrador en ese momento de Palestina, se declara favorable a la formación de un hogar nacional judío, lo que dará lugar, años más tarde, a la creación del Estado de Israel.

Aparte de lo chocante que resulta de por sí el hecho de que, seis siglos antes de Cristo, un profeta de Israel prevea aparentemente el momento del hecho clave que permitirá a los judíos regresar a Jerusalén, podemos observar que esa “semana de años” (2520 años) corresponde exactamente a la décima parte del Año Precesional, contado con la “medida humana” de 70 años por grado: 25.200 años.

… Y una última pero significativa curiosidad: el régimen comunista de la Unión Soviética tuvo una duración de 72 años, desde la revolución de 1917 hasta la caída del muro de Berlín y la perestroika de Gorbatchov en 1989; exactamente un día del año precesional.

¿Podemos con todo ello hablar de simples coincidencias, o más bien habríamos de ver, tal vez, en todos esos hechos el reflejo de una armonía universal, de un orden que tiene también su traducción numérica?

¿Quiere esto decir que debemos esperar algún acontecimiento de importancia excepcional en el transcurso de los próximos dos años (considerando ese “margen de libertad” de la naturaleza)? Lo ignoro totalmente, pero, en cualquier caso, se trata de un periodo extremadamente corto que podría permitirnos la experiencia de asistir (o no) a algún hecho que pudiese hablar en favor de la eventual influencia del número 72 con relación a ciertos tiempos de la historia, si bien es cierto que, suceda o no suceda en ese plazo algún hecho extraordinario, ello no nos permitirá tampoco una respuesta categórica y concluyente a esa pregunta, puesto que las variables concurrentes pueden ser muchas e imposibles de controlar. Es, simplemente, una posibilidad a considerar.

 

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