Alegría y educación (I)

Estanislao Martín Rincón

A poco de iniciar este blog, en una de las primeras entregas titulada “Sobre la alegría” se dejó anunciado el propósito de dedicar tiempo y espacio a esta cuestión de la alegría. Ahora pretendo retomarla dirigiendo mis reflexiones hacia el mundo de la educación, que es en el que profesionalmente me muevo y el que conozco más de cerca. Quizá a más de uno le pueda parecer que precisamente este no es el momento más oportuno, justo cuando estamos con el curso apenas terminado. Asumo el riesgo de posible inoportunidad, pero lo que aquí se pretende es ofrecer un puñado de reflexiones sobre el papel de la alegría en la educación, y la reflexión necesita tiempo de calma, sosiego, cuando el ánimo no está obligado por la urgencia de las cuestiones prácticas.

El peso que la educación tiene y la seriedad con la que en general afrontamos los temas educativos nos puede llevar a pasar por alto esta cualidad humana como si fuera un asunto de poca importancia. Y no es así. La alegría que una persona vive (independientemente de que en sus manifestaciones externas sea más o menos expresiva) colorea la vida entera, está llamada a ser una cualidad omnipresente y tiene su papel en todos los ámbitos en los que la persona se desenvuelve. No es asunto baladí, por tanto.

La alegría puede ser estudiada desde varios enfoques, pero antes de entrar a explicar algo sobre los fundamentos y la educación de la alegría, para precisar bien su concepto, me parece conveniente dedicar algún espacio a decir lo que no es; mejor aún a aclarar de qué alegría sí hablamos y de cuál no hablamos.

1. De qué alegría no hablamos.

La alegría se define siempre como complacencia en el bien, pero a veces el bien no es captado como tal. Entonces aparece la alegría de quien ve un bien donde realmente no lo hay. Cuando se entiende como bueno lo que no lo es, es decir, cuando el bien objetivo se confunde, consciente o inconscientemente, sea por malicia o error, surgen cuatro tipos de alegría a las que queremos dedicar muy pocas líneas, pero de las que sí hay que dejar constancia de ellas. Son la alegría malévola, la alegría patológica, la alegría frívola y la alegría artificial.

- La alegría malévola es la de quien se lo pasa bien a costa de otro, de quien se complace en el mal ajeno. Está claro que una alegría así no puede ser virtud. Ésta es la alegría del enemigo, la alegría de la venganza, una alegría hermana del odio. Es la alegría de la persona envidiosa, que disfruta con que el prójimo sufra. Para esta clase de alegría ni una palabra más.

- La alegría patológica. Esta alegría ha sido estudiada por la Psiquiatría como la fase "alegre" de la psicosis maníaco-depresiva. Las personas que la padecen pasan alternativamente por fases de alegría eufórica y por fases depresivas de hundimiento y tristeza. Durante las fases de manía, los pacientes viven una alegría desmedida, sin razones objetivas que la justifiquen y con frecuencia va asociada a ensoñaciones fantásticas e irreales.

- La alegría frívola. A esta alegría se refiere el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, cuando en su tercera acepción dice que alegría es "irresponsabilidad, ligereza". Es la alegría de quien vive en clave de chirigota, como si la vida fuese, toda ella, un cómodo paseo por la existencia sin asumir ninguna responsabilidad, riéndose frívolamente de todo y de todos. Hay que distinguir esta alegría irresponsable del sentido del humor. Son cosas distintas. El sentido del humor lo que hace es relativizar cosas aparentemente importantes, quita hierro a lo desagradable, pone prudencia donde se hacen castillos de menudencias, crea un ambiente de aire limpio y fresco, sabe tomar distancia de los acontecimientos, suaviza y consuela lo doloroso... Ya se ve que el sentido del humor no es ninguna tontería y en ocasiones no es nada fácil. Tener sentido del humor es un signo de madurez personal porque exige gran dominio de sí mismo. La alegría frívola en cambio tiende a banalizarlo todo, no entiende de respeto, lo vulgariza todo y no sabe distinguir lo sagrado de lo profano.

- La alegría artificial. Es la alegría inventada. No obedece a causas naturales. Es la alegría de quien no sabe o no puede divertirse en sentido positivo. Divertirse en sentido positivo es relajar la tensión propia de las ocupaciones habituales para descansar y coger nuevas fuerzas, ensanchando el alma, practicando actividades lúdicas o de sana convivencia, pero afianzándose en la realidad, sin escapar de ella en ningún momento. Divertirse en sentido negativo (es el concepto etimológico de "di-versión" y equivale a dispersarse) es abandonar las ocupaciones habituales pero huyendo de la realidad, y especialmente de la realidad que es uno mismo. Quien se divierte en el primer sentido domina la realidad, porque nunca pierde el control de su persona; quien lo hace en sentido negativo se despersonaliza porque no es dueño de la situación en la que se esconde, sino al contrario se ve dominado por ella. Quien se divierte así suele refugiarse en paraísos artificiales basados en alegrías ficticias, las que proporcionan las drogas, el abuso del alcohol, el escape por la sexualidad irresponsable, las actividades supuestamente deportivas, frenéticas, de alto riesgo, donde corre peligro la integridad de la persona o incluso la vida misma, como por ejemplo las que se basan en la velocidad descontrolada.

Además de estas alegrías distorsionadas, tampoco hablamos del placer ni de la felicidad. Ni uno ni otra coinciden con la alegría, pero de esto trataremos en otro artículo.

2. De qué alegría sí hablamos.

Hablamos de la alegría que llamamos verdadera, la que en nuestra cultura se ha definido como complacencia espiritual en el bien. Es la alegría de quien goza con el bien objetivo, la alegría que va inseparablemente unida al bien, tenga éste el carácter de poseído, esperado, o recibido por sorpresa, pero siempre con el bien como fundamento. De esta alegría cabe hablar como sentimiento, como actitud y como virtud.

Gracias por tu atención. Que Dios te bendiga.

 

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